miércoles, 13 de julio de 2011

Katoptrizomai

2da. Corintios 3:18 “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”
Me considero un admirador de aquellos quienes en pocas palabras, comparten un mensaje memorable; admirador de los comunicadores que haciendo gala de capacidad de síntesis, encierran en unas pocos renglones frases célebres que incluso marcan a generaciones completas. Me gusta platicar con amigos que, en cuestión de 5 minutos, te regalan grandes enseñanzas, o sonrisas prolongadas y con quienes anhelas y disfrutas pasar tiempo.
Es por ello, que leyendo en “No se trata de mí” (uno de los libros de Max Lucado, mi autor cristiano preferido) disfruté grandemente una sencilla palabra que expresa en resumen, lo que la vida del creyente debiera ser. En dicho libro, el autor analiza un término en griego bastante peculiar en su significado, y que es utilizado por el apóstol Pablo en su segunda carta a los Corintios. El término es “Katoptrízomai”
De hecho, revisando en la concordancia Strong, esta es la única vez en que se ocupa este término en todo el Nuevo Testamento. Su significado es: verse uno mismo; verse reflejado; mirarse al espejo.
Este término en verdad me encantó, ya que en algunos comentarios y en algunas otras versiones, se deja en claro, que el mismo término puede significar “contemplar” tanto como “reflejar”. Esta es la idea del espejo. En el espejo uno puede contemplar algo que es reflejado por el mismo espejo. Es en realidad un término bastante curioso. Según Lucado, muchos eruditos del griego han interpretado de ambas formas dicho término: Contemplar y/o reflejar.
¿Y porque digo que este término puede ser el resumen de la vida del creyente? Simple. El cristiano debe orientar totalmente su vida a hacer tanto lo uno, como lo otro: CONTEMPLAR LA GLORIA DEL SEÑOR y REFLEJAR LA GLORIA DEL SEÑOR.
Estoy convencido (y lo digo por experiencia personal) que toda aquella persona que se detiene a contemplar de manera fija, con ojos bien abiertos, como algo asombroso, de manera ferviente, inspeccionando constantemente (todo esto significa en griego la composición de este término) la Gloria del Señor, no puede permanecer igual. Toda persona que pasa tiempo de intimidad con Dios, analizando Su Palabra y entrando en comunión con Él mediante la oración, no puede ser igual. El creyente debe buscar intensamente dicha contemplación diaria en su vida; debe anhelar entrar en la presencia de Dios para ser transformado a lo que Él desea. ¿Cuál es el resultado de esta contemplación diaria y continua de Dios?: el reflejo de Dios en nuestras vidas.
Max Lucado lo expresa de manera sencilla y divertida: ser “espejos de Dios”. Que Su Gloria se vea reflejada en nuestras vidas, como Su imagen se vería reflejada en un espejo. Tal como Moisés, que cuando descendía de entrar en la presencia de Dios en Sinaí, su rostro resplandecía (Éxodo 34:29-30). Es inevitable reflejar la gloria de Dios cuando se pasa tiempo con Dios. Nuestro corazón anhela lo que Él anhela. Nuestros planes se borran y adoptamos Su plan como el nuestro. Sus prioridades son nuestras prioridades. Su carácter se va forjando en nosotros. Pero hay que pagar el precio, hay que entrar en Su presencia, y absolutamente todo lo que hagamos, lo haremos por Él y para Él. En nuestra vida cotidiana, en nuestras relaciones, en nuestra forma de expresarnos, en la soledad, en el trabajo, en la escuela, en la familia, reflejaremos la gloria de Dios.
Nuestro testimonio ya no será más algo que debamos cuidar como una “imagen aparente” sino será el puro y nítido reflejo de nuestra comunión diaria con el Señor, de tal forma que las personas alrededor nuestro, conozcan al Dios que transforma nuestras vidas.

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